OPINIÓN | El último tango en Colonia, por Martín Lucía

Decía Carlos Gardel que no basta con tener la voz más melodiosa para entonar un tango. No. Hay que sentirlo, además. Hay que vivir su espíritu. 

Hoy hace un año de muchas cosas: un año de que vivimos, sin duda, la final de UEFA más extraña de las seis que hemos jugado y ganado; un año de que ganamos nuestra sexta copa de la UEFA; un año de que, quizá, no pudimos abrazar a toda esa gente que abrazamos en las cinco finales anteriores; un año de que hicimos deollamadas para intentar paliar esa falta de abrazos, besos, lágrimas… sevillismo; un año que el No, verá tú esta gente pasó a Otra vez los cabrones estos… Y, sobre todo, un año de que don Éver Banega jugó su último partido con el Sevilla Fútbol Club, con su Sevilla Fútbol Club, único equipo, única ciudad, en la que sintió su fútbol como canto, su canto como un tango de arrabal. Volviendo así a Gardel, sin duda, reconoceremos, que Banega, de haber sido un cantor de tangos, además de voz melodiosa, hubiera vivido su espíritu, lo hubiera sentido. Porque Éver Banega es un futbolista de clase y de garra (de casta y coraje, concretamente). Tanto que se ha llevado los mayores aplausos y los mayores pitos por la exquisitez de su bota y por la indisciplina, inoportunidad y rudeza de la misma. Pero, si algo quedará de él, no serán sus tarjetas o sus expulsiones. Ni siquiera la maestría con la que sacaba, conduciendo, el balón desde atrás evitando el abismo y los contrarios (como malabarista sobre un fino cable de acero, sin red, por supuesto, y con todo el Ramón Sánchez-Pizjuán cruzando los dedos para que no la perdiera, no hubiera que pitarle y no acarreara problemas al equipo). Tampoco nos quedarán sus faltas. Ni sus gambetas. Ni siquiera su sentido discurso de despedida en medio de la celebración de una de las UEFAs ganadas. De Éver recordaremos, sin duda, que, cuando volvió el fútbol tras el confinamiento, cuando acabó la liga, dejando al equipo cuarto, ya habiendo anunciado su marcha a un fútbol residual, pero de pingües beneficios monetarios, se propuso despedirse de su equipo y del único lugar al que, contradiciendo a Rulfo y a Sabina, habiendo sido feliz, regresó para volver a serlo, con plata, de nuevo, entre las manos. Y, con ese propósito, con esa determinación, se echó el equipo, el club y la ilusión de los que estábamos a más de dos mil kilómetros a sus espaldas y nos convenció de que era posible. No, si verá túnos decíamos. Nos convenció de que era posible y nos abanderó para traernos, aunque seamos pocos, sólo unos pocos, esa luz que tanto en falta echamos el pasado 2020. Gracias, Éver, por proponértelo. Gracias, Éver, por conseguirlo. Gracias, Éver, por esa luz que jamás olvidaremos, porque iluminó el ominoso perfil de nuestros pechos. Hoy hace un año de muchas cosas. Pero, sobre todo, de que recordamos que se puede ser feliz aunque, la vida, en ocasiones, se proponga con fiereza lo contrario.