Ayer noche, en La bombonera, ese espacio de libertad en el que, en su larga trayectoria, ha devenido este programa de SFC TV de mano de su siempre libre Miguel Ángel Moreno, mi hermano dijo literalmente (y esto sí que es literal) que en el Sevilla «todo el mundo está de paso excepto el sevillismoۘ».
Una frase tan machadiana como brillante, tan optimista como pesimista desde su realismo. Todo terminará pasando (pero cuándo, nos preguntamos). Las negras palomas lorquianas, en este huracán de desasosiego e incertidumbre que nos acosa, se marcharán. Se marcharán también Junior y Castro, como se fueron Escobar o Caldas. Y llegará Del Nido senior. Y también se marchará. Porque si hay algo democrático en la vida es que todos estamos de paso.
Pero, aun sabiendo que el camino se hace al caminar (y aunque parece que transitaremos de nuevo los que nos condujeron a los abismos), la vida es presente. Y este presente es un abandono de esperanza, un niño que llora desconsolado mientras nadie en él repara. Añadamos además que el futuro, por mucho que el horizonte te sea reclamo y alivio, te sea motor que por sí te hace andar, actualmente son las golondrinas becquerianas y ese vuelo enigmático que no anuncia si las traerán de vuelta el año próximo.
El futuro, a día de hoy, es un eterno presente. Y, este presente, con un club que es un vasto jardín sin aurora, ralentiza el paso del tiempo y desanima a cualquiera que quiera elevar la vista y situarla en lontananza. Mirar al futuro, en este Sevilla, es reconocer su pasado actual. Un pasado que parece anclado en el presente y que, como sus dirigentes, seguramente porque son lo mismo, ha decidido nunca marcharse.
Hacerse eternos, pese a que, como ya anunció Heráclito, escribió don Antonio y anoche mi hermano nos recordó, todo pasa. Es frustrante saber cuál es el mal y no poder hacer (casi) nada para solucionarlo. Desanima. Desasosiega. Anula el espíritu. «No sé nada, no quiero nada, no espero nada. Y si aún pudiera esperar algo, sólo sería morir allí donde no hubiese penetrado aún esa grotesca civilización que envanece a los hombres» decía Cernuda sobre su exilio, sobre España, sobre su Sevilla y sobre sus gentes. Y eso parecen decir todos los que, con pesar, se han ido yendo de este Sevilla anclado a su pesaroso y ojeroso presente. Un presente teñido de negro, un olmo hendido por un rayo de incapacidad y soberbia, de terapia y neón.
Un presente esperando a un beckettiano futuro, a un Godot que, dadas nuestras circunstancias, es más un Mr. Marshall, aunque, seguramente por falta de verosimilitud o por exceso de absurdez, ni el propio Berlanga lo guionizaría. Un Sevilla y un tiempo en el que nadie puede abrir semilla, y así que no pasen cinco años, señor juez. Y, mientras tanto, en este presente tenebroso, hay quien le tiene miedo al futuro, como si pudiera ser más ominoso aún. Porque, aunque miremos a un pasado no tan pretérito y lo reconozcamos en un futuro que ya hace meses que llegó por la ineptitud de los que mandan, aun haciéndolo con los mismos ojos, estos no miran igual. Y, estos, los ojos, evocando ese mirar nerudiano, en nuestro caso, a los pies de nuestros actuales dirigentes, pies de hueso arqueado, esos pequeños pies duros, estos no reconocen que son los pies que nos trajeron hasta aquí, hasta tanta negritud. Si ya sabemos que el futuro es obsidiano, echemos a los que lo han traído y, si el que llega no nos trae la luz ansiada, echémoslo también.
No caigamos en el error de no actuar hoy y lamentarnos mañana. De cercenar el futuro con las dudas del presente. Aunque mi fe es escasa en ello. Porque, como escribió y cantó un exfutbolista del Sevilla, somos una afición en la que muchos han cruzao los brazos y nuestro Sevilla se nos va (permítanme la interpolación).
Volviendo a mi hermano: todo pasará menos el sevillismo. Sobre todo, cuando nos demos cuenta de que, sin nosotros, no hay nada. Hoy, precisamente hoy, que don Erik Lamela se despide, no podemos ni debemos obviar y olvidar que hay una UEFA en nuestra vitrina porque un día supimos de lo que somos capaces. Cuando nos reconozcamos como uno, cuando nos reconozcamos como Sevilla FC, sin ese SAD que tanto distorsiona. Cuando asumamos que, para vivir, no necesitamos islas, palacios, torres. Sino sólo un pronombre: nuestro. Nuestro presente. Nuestro futuro. Nuestro Sevilla. ¡Viva un Sevilla Fútbol Club libre!
Por Martín Luna
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