Canta Andrés Calamaro en La parte de adelante, tema de su genial Honestidad brutal, que «qué más quisiera que pasar la vida entera como estudiante el día de la primavera». Pocos momentos más felices que ese he conocido… En fin, la felicidad. Su finitud. Su busca. Su consecución. Si a algo aspiramos en la vida es a ser felices. Ya sea a través de la salud, del dinero, del bienestar, del ocio… Soy una persona que constantemente defiende que la felicidad hay que salir a buscarla. A perseguirla. Que la felicidad no llama a tu puerta. Que hay que ir tras de ella. Procuro, no ya ser feliz, que de por sí es complejo, sino intentarlo y, por momentos, conseguirlo. Porque la felicidad no es esa tienda 24 h donde compras el hielo que te falta. Hago todo lo que puedo para ser feliz. Para habitar la felicidad el mayor tiempo posible. Transitarla a menudo. Sin embargo, hay una parte de mi felicidad (de esa que he habitado y transitado) que no la busqué, ni siquiera la esperé, sino que me llegó. Y además por sorpresa. Lo aclaro. Por un lado, no quiero ínfulas ni poses: yo no elegí ser del Sevilla. Yo soy del Sevilla porque mi padre me hizo del Sevilla. Por otro: en cada porción de felicidad que me ha dado el Sevilla han tenido que ver más otras personas que yo mismo. Mi padre, por ejemplo, que para eso me hizo sevillista. Monchi, por supuesto. Hilando ambos: reconozco que mi padre me enseñó a ser agradecido y que procuro serlo con todo aquel que me da algo positivo y que con Monchi tengo que ser y estar agradecido porque me ha dado mucho, cuando nada esperaba. No me sale de otro modo. Gracias, Ramón.
Canta Diego Vasayo, en su disco Los abismos cotidianos, que «La vida te lleva por caminos raros, por la esquina más perdida de los mapas, por canciones que tú nunca has cantado». Yo no soy amigo de Monchi, aunque lo quiera y lo respete como si lo fuera. Yo no dispongo de más información que la que está a la distancia de un tuit ajeno. Pero estoy seguro de que este trago está siendo amargo. Y me duele que, quien tanta felicidad me trajo, no haya vivido con plena alegría, por ejemplo, los días posteriores a otra nueva hazaña que nadie esperaba. No me interesan los tonos oscuros en los días claros. No me interesa la intrahistoria, menos aún cuando es sesgada. Porque yo sé que tengo que estar al lado de mis amigos cuando lo necesitan. Aunque no lo pidan. Aunque no lo sea. Aunque en todo no esté de acuerdo con ellos. Un amigo apoya y, si se le pregunta, da su opinión. Porque, parafraseando a Bunbury y Vegas, en La pena o la nada, de El tiempo de las cerezas, entre el dolor y la nada, siempre elijo el dolor si este soporta los pies de alguno de mis amigos. Aunque no lo pidan. Aunque no lo sea.
Ramón, gracias. Gracias por hacerme feliz. Muy feliz. Gracias por hacerme alcanzar aquello que ni fui capaz de soñar ni de niño, en ese tiempo mágico en el que uno da forma a las nubes. Gracias, Ramón, por hacerme llegar adonde no está recogido en ningún mapa que en juventud soñara. Ojalá, Ramón, la vida te devuelva tanta felicidad como tú, al sevillismo, has procurado. Y, por favor, no consideres eso de Sabina de «Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». Vuelve, cuando así lo necesites. Que, sin duda, los tuyos, te estaremos esperando. Aunque no lo pidas. Aunque no te fuera necesario. Un abrazo, Ramón, y mucha suerte.