OPINIÓN | "El último bohemio", por Martín Lucía

 


«Soy el último bohemio del milenio y me extingo si no nos queremos» cantaba Andrés Calamaro allá por el 2000 en su ambicioso disco El Salmón. Calamaro, un bohemio. Y un tipo contracorriente. Un salmón. Con la libertad de hacer el disco que en cada momento ha querido hacer.

También argentino, pero de Rosario, aunque no un canalla, ayer se despidió del Sevilla Fútbol Club don Éver Banega. Un bohemio. Nuestro último bohemio. En un acto donde se despedía al futbolista y se homenajeaba a la persona. Un tipo de una personalidad inquebrantable. Un tipo que entiende el fútbol como la vida: en el filo del alambre. Un salmón que ha hecho con su carrera futbolística, con su vida, lo que ha querido hacer.

Un futbolista, un hombre, que se enfrenta a la cancha como afronta la vida: de cara, sin dobleces, mirándote a los ojos. Una gambeta más cerca de tu portero que de tu delantero; una despedida franca en mitad de la celebración de un título europeo. Ambas cosas, frente a un estadio lleno. Un futbolista, un hombre, que se enfrenta a la cancha como se enfrenta a la vida: contracorriente. Una cacha a un contrario mientras su equipo se encuentra en plena salida; el adiós a una gran liga a una edad pronta (treinta y dos) y en un pico de forma excelente, y la correspondiente llegada a una liga poco competitiva y altamente remunerada (te lo vas a llevar calentito, Éver, Nolito dixit).

Se va Éver Banega, el chico de la calle, el chico que regateaba a profesionales como tú quieres regatear a tus sobrinos en el parque. Porque él ha encarado la vida de igual manera que el fútbol. Porque, decía, Banega ha entendido el fútbol como la vida: desde la bohemia. Porque Banega es Manuel Molina improvisando en un concierto; Banega es el Sentencia cuando llega a Parras y olvida todo el esfuerzo de la noche porque la bohemia no entiende de cansancio… Porque Banega es ese verso de Machado (y Sevilla.) que no necesitaba de más adjetivo que el nombre que todo lo llena, porque es luz toda. Pues, con permiso, don Antonio: 

Maresca competitivo.

Con frac, Renato. 

Rakitic rubio y gitano...

y Banega.

Sí. Ayer se nos fue nuestro salmón. Se nos fue el último bohemio. Y, tras sus botas, tras sus pasos, se extinguirá con poquedad este amor que sólo entiende del aquí y ahora, del presente. Reconozco que no te lloré, que no te lloraré, que te olvidaré, pero que te echaré en falta. A ti todo. A tus quiebros. A tus cambios de orientación. A tus brevas… Incluso a tus pérdidas. Porque te echaré en falta a ti todo. Porque se ama la luz. Y la sombra. Porque amarte, quién me lo iba a decir en 2014, no fue una decisión. Sin embargo, si lo será olvidarte, aunque echándote de menos.

Adiós, Éver, ojalá la vida te devuelva la belleza con la que tú la has homenajeado; la alegría con la que, la nuestra, sin saberlo, has regado.