Opinión| No es orgullo, es dignidad

 por Martín Lucía

No es orgullo, es dignidad. En una sociedad cada vez más banalizada, donde cualquier aspecto que se sale de lo común es catalogado como genialidad, sociedad en la que por momentos el significado de cada palabra importa menos, donde periodistas de alto rango, faros de aquellos que se inician en la labor de las letras, utilizan expresiones como «el día H» u otras como «tiro a puerta», como si alguien disparara directamente a córner o a un banquillo…, observo cómo, crecientemente, tiene menos relevancia el qué de cada palabra, su corazón, su sentido, su vértebra. 

Usamos (y tiramos) las palabras como productos vacuos, perecederos. Como quien besa con los ojos abiertos. Por eso clamo: no es orgullo, es dignidad lo que ha movido a una parte del sevillismo a rechazar la venida de Sergio Ramos. No por orgullo, sino por dignidad. Volvamos al corazón de las palabras, a su vértebra: el orgullo, la soberbia, es un pecado (capital); la dignidad, una cualidad que eleva el espíritu, al ser humano. Sin duda, colegiremos todos, está mejor reputado ser digno que orgulloso, soberbio. Y mi afición siempre ha sido más digna que orgullosa, que soberbia. 

El orgullo, en la acepción que se ha empleado en este caso del regreso de Ramos, es un «exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás». Y los sevillistas no nos consideramos superior a nadie. Tampoco peor, claro está. Somos nosotros. Con nuestros pros. Y nuestros contras, que los hay. Orgullosos (satisfechos por ser como somos, en esta acepción y momento) de ser sevillistas, pero sin mostrar orgullo (una superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos) por ser más que otro por el simple hecho de serlo. Somos yonkigitanos, pocos y resultadistas (y a mucho orgullo). 

Y no nos importa si los demás lo entienden, comparten o defienden (por momentos, lo preferimos, nos pone, no nos engañemos). Pero sí que defendemos nuestra dignidad: «Cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo humillen ni degraden». Y, cuando lo hacemos, pocos resisten nuestros embates. Sin duda, en su día, el sevillismo entendió que Ramos mancilló el escudo que nosotros siempre (aquí siempre es sinónimo de eternidad, como el amor de una madre) hemos defendido. 

Que su comportamiento fue indigno, impropio de los nuestros, más propio de su club de adopción. Ahora, con su regreso, y tras pedir perdón, hay quien ha considerado esta asunción como suficiente, la ha elevado a redención y ha pasado página. Mi aplauso. Pero también hay quien estima que ese perdón no salda la deuda que Ramos creó y se encargó de agrandar poco a poco. Mi aplauso a estos también. La dignidad es una cualidad personal, intransferible y variable en cada uno. Ni mejor ni peor. Personal, intransferible y variable. Cada uno cuida la suya. Insisto: el jugador ha pedido perdón (y ha reconocido que falló): «Creo que he cometido errores y quiero aprovechar la oportunidad para pedir disculpas en primera persona y pedir perdón a cualquier sevillista que se haya sentido ofendido por cosas y gestos que pude hacer en su momento». Y yo lo valoro. Y, aunque el perdón sea bidireccional (se pide y escapa a uno que se le otorgue, pues depende de que el otro te lo conceda) y pese a que no se pueda exigir (no puedes obligar a nadie a que te perdone), el que lo solicita siente que se libera de una carga (espero honestamente que así haya sido en su caso). Por lo que valoro doblemente el acto. Así que, a mí, que, sin conocerlo ni haberlo tratado, no siento pasión ni por él ni por lo que ha mostrado y demostrado hasta antié, de momento, me vale esta exposición pública, este amago de fustigación, aunque el crédito es escaso por ahora. 

Y, finalizando, ahora clamo, con más esperanza que fe, que lo único que deseo es que este perdón solicitado sea franco. Sí, me gustan los finales felices. Que sólo espero que el futbolista, con la madurez, se haya arrepentido de todo aquello con lo que afrentó al sevillismo. Lo sé, me puede el lado poético. Y, ahora sí que concluyo, Sergio, diciéndote, con el pecho rebosando de honestidad, que ojalá sea cierto. Que ojalá estés arrepentido. Y que ojalá recuperes el cariño que de muchos perdiste (el mío, por ejemplo), no sin obcecación, cuando cometiste los errores que has confesado y admitido (ahora te aplaudo a ti). No obstante, de momento, tendrás que volver a ganarte ser uno de los nuestros para aquellos que siguen sintiendo dañada su dignidad o aquellos a los que apenas ahora estás llegando (como es mi caso). Con ellos y nosotros sigues en deuda. Ojalá no nos vuelvas a fallar. Será un bello síntoma. Ah, y suerte, Sergio, de corazón. Mucha suerte, porque tu suerte será la nuestra. 

Un saludo desde esta fe que aún besa con los ojos abiertos

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