Opinión: "Qué casualidad, Miguel" por Martín Lucía

No voy a negar yo que en la vida, que en cualquier ámbito, hay una serie de circunstancias que no dominamos y que nos pueden influir sobremanera. Llámalo suerte, llámalo equis. ¿O acaso no fue un toque de fortuna que Fleming se fuera de vacaciones olvidando una serie de placas con cultivos de bacterias al aire libre en el laboratorio y que, al volver, viera que las placas estaban llenas de moho y, que, al mirar una al microscopio por curiosidad, descubriera que el moho había matado a las bacterias? Fortuna y talento, sin duda. Porque, de haberme pasado a mí, en 1988, con el Quimicefa, tras venir de mis vacaciones en La Antilla, lo único que hubiera visto hubiera sido el verde moho. Nada más. Así que, efectivamente, hay algo en la vida que no controlamos y que nos afecta. Más o menos, pero nos afecta.



De unos años hacia acá se ha generalizado el discurso, no hablo de aficionados, que analiza los triunfos del Sevilla Fútbol Club mediante el argumento de la suerte. El gol de Palop, el mbiazo, las paradas de Bono en Colonia… No pudiendo negar lo ya expuesto anteriormente (que en la vida, que en cualquier ámbito, hay una serie de circunstancias que no dominamos y que nos pueden influir sobremanera), siendo mínimamente observadores, podremos darnos cuenta de que estos episodios de azar, suerte, fortuna… se vienen dando desde 2006. Oh, misterio. Qué casualidad, Miguel, que esa flor no se nos apareciera en los cuartos de final de la copa del 93/94, cuando no sabemos defender un centro lateral con todo el equipo metido en el área esperando que el partido terminara y nos clasificáramos para unas semifinales donde nos encontraríamos a Betis, Tenerife y Celta. Qué casualidad, Miguel, que esa flor no se nos apareciera cada vez que Juan Carlos, cuando nos entrenaba Marcos Alonso, se ponía delante del portero y fallaba. Qué casualidad, Miguel, que esa flor no se nos apareciera el día del Torpedo de Moscú. Ocurre, que la suerte, sin talento, no es nada. Ocurre que si tienes al mejor Casillas, ya puede venirle diez veces Robben que le para nueve. Es decir, es mucho más fácil que tu portero meta un gol si, estando solo, el que saca el córner es tu lateral derecho (que a la postre sería el futbolista con más títulos ganados) y se llama Daniel Alves y no Alfonso Cortijo. Es decir, es mucho más fácil prolongar una pelota al primer palo si eres Federico Fazio y mides uno noventa y tantos que si eres Tabaré Silva, y es mucho más fácil que tu mediocentro entre al primer palo y gane ese balón si eres un portento físico como M’bia que si eres José Américo Taira. Porque, como digo, la suerte siempre ha necesitado del talento. Y del trabajo.

Insisto, qué casualidad, Miguel, que la suerte nos haya llegado desde 2006, pero desapareciera cuando nos entrenaba Gregorio Manzano o Míchel y en el banquillo estaba Babá o Maduro. Insisto, qué casualidad, Miguel, que la suerte nos haya llegado desde 2006, pero desapareciera los dos años que no estuvo aquí Monchi. Insisto, qué casualidad, Miguel, que la suerte nos haya llegado desde 2006, pero desapareciera la noche de Praga, cuando una pelota, tan inocente como yo cuando besé por primera vez, llegó a los pies de Simon Kjaer y no a los de Jules Koundé.

Porque, en el fútbol, la suerte es fichar bien. La suerte no es que te las pare Palop y las meta Kanouté o Luis Fabiano. Es haberlos traído tú y haberlos juntado en tu equipo.

Lo dicho: qué casualidad, Miguel.


Martín Lucía